martes, 12 de abril de 2011

La generación Cansada…


de Rosaura Barahona

Nacieron en la última parte del siglo XX. Viven en una transición provocada por muchas revoluciones: la mediática, la cibernética, la sexual y la político-social. Las crisis han sido y son parte de su realidad cotidiana.

Los anticonceptivos y la revolución sexual les permiten tener relaciones sexuales sin casarse. Posponen la edad de la boda y la llegada de los hijos (que son menos). Los homosexuales, las lesbianas, los bisexuales, los transexuales salen a la luz, exigen respeto y, por fin, se integran al panorama social. Hablan de todo, sin tapujos.

Los privilegiados estudiaron y soñaron con una carrera que ayudara a cambiar el mundo. Los no privilegiados vieron crecer el abismo entre su mundo y el otro, cuando el campo se terminó y los salarios se degradaron. Los obreros que antes comían tres platos del portaviandas, hoy se conforman con un refresco y una bolsa de fritos. Nutrirse es misión imposible; matar el hambre, consigna para sobrevivir.

Presenciaron la caída del muro que algunos interpretaron como un nuevo amanecer de paz y armonía. Los suspicaces intuyeron que al faltar el totalitarismo resurgirían las rencillas, los resentimientos y las luchas reprimidas, pero no resueltas. Y resurgieron.

La frivolidad es su norma de vida: si no es espectáculo que divierta no vale la pena. Los artistas, los de verdad y los de pajas (creadas por los medios), valen por el dinero que generan, no por su talento. Incluso los no artistas serán famosos durante 15 minutos, anunció Warhol.

El narcomundo, infierno o paraíso, es omnipresente.

La juventud, la delgadez, el dinero y el consumismo son los nuevos dioses de su olimpo. Las arrugas, las canas, el cansancio, un cuerpo normal, no usar accesorios o ropa de marca son pecados imperdonables que los condenan al ostracismo social.

Importa discutir y defender los valores, no ponerlos en práctica. La doble moral (aceptada tácitamente) construye un sólido edificio sobre tales cimientos. El catolicismo pasa de ser refugio espiritual a distinción clasista. Dime con qué grupo estás y te diré por qué escala crees que llegarás al cielo. Los sacerdotes se vuelven mortales y la parafernalia eclesiástica, junto con la jerarquía, se ven obsoletas y rancias.

El capital cambia de inversión a especulación. El mundo dice que se globaliza (sólo una parte se puede dar ese lujo) y se agrava la polarización entre el primer y el tercer mundos.

México sigue empantanado, a pesar de la alternancia iniciada por el presidente más tonto de nuestra historia. Los insaciables partidos se enriquecen y se adueñan del País. La impunidad sigue imperando en nuestras vidas. Para qué denunciar, si no sucede nada. El empleo deja de ser de planta y con prestaciones. Sus contratos son temporales aunque duren 10 años, pero no acumulan antigüedad ni prestaciones. Trabajan jornadas dobles sin pagos extras bajo la espada de Damocles: ‘Hay cientos esperando tu puesto’. La ley los protege, pero se hace de la vista gorda cuando las empresas se salen con la suya.

La mayoría quiere primero tener y luego ver si puede ser. Al casarse desean empezar con todo. Un solo sueldo no alcanza. La pareja debe trabajar. Hay que integrar las tareas domésticas y la intensa vida social. Si llegan los hijos, a buscar guarderías. Corren todo el día. Uno para un lado, la otra, para el otro. Se reencuentran en la noche, siempre cansados.

El estrés, la presión alta, los infartos y la depresión son familiares cercanos. Consumen Prozac como antes consumíamos ‘salvavidas’. Carro del año, vacaciones al sitio de moda, colegios caros (no necesariamente buenos), la acción en un club difícil de pagar, la casa en la colonia debida y el conservadurismo a flor de piel. Qué flojera Chiapas: son todos pobres e indígenas.

Hable usted con ellos y compruébelo: están exhaustos. Si pudieran, dormirían una semana completa. Les falta sueño y les sobra cansancio de tanto correr tratando de morder su propia cola. Es la generación joven agotada. Antes de morirse, deberían detener su tiovivo y bajarse a respirar, a ver las montañas, a dar gracias por estar vivos y a comerse un helado sin hacer nada. La vida también es eso.

viernes, 8 de abril de 2011

Mitomonía, una enfermedad destructiva


Cuando mentir se vuelve una obsesión

Víctor Ingrassia (La Nación Argentina). Faltar a la verdad en forma repetitiva es un problema patológico que suele comenzar durante la niñez.

Para el poeta inglés Alexander Pope, "el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera".

Quizá no sean veinte, pero sin duda ése es el comportamiento de quien no puede dejar de mentir en forma compulsiva y hace de esto un hábito de vida.

Si bien la mentira forma parte del ser humano desde su niñez, la conducta repetitiva de faltar a la verdad desde que uno tiene uso de razón deja de ser normal y se convierte en un problema patológico que hoy puede resolverse con la terapia adecuada.

"La compulsión es la base de todo tipo de trastorno obsesivo y la mentira repetitiva está relacionada con problemas en personalidades inflexibles y de conducta rígida", afirmó el doctor Eduardo Grande, jefe de la División Salud Mental del Hospital General de Agudos Teodoro Alvarez. Según el psiquiatra, la mentira compulsiva es difícil de manejar terapéuticamente porque se oculta tras otras conductas, como la compulsión por el juego o las adicciones.

Una marca de la niñez

Aunque la personalidad del mentiroso compulsivo se manifiesta en la juventud o la adultez, los especialistas señalan que es durante la niñez cuando comienza a construirse.

Para el doctor Daniel Alberto Vidal, de la Asociación Mexicana de Psiquiatría, mentir de chico "es una creación imaginativa espontánea común en los primeros años de vida, que forma parte del desarrollo psicoevolutivo normal". Como ejemplos señaló el mentir en los primeros diálogos con juguetes o mascotas y en los relatos de la vida cotidiana, que suelen adornar con situaciones y personajes imaginados.

"La conducta del mentiroso compulsivo tiene su raíz en los vínculos más primarios; es decir, aquellos que lo han formado como sujeto. En la niñez se forma su personalidad según la educación y el contexto en el que se vive. Está en constante asimetría con los adultos, por lo que se vale de mentiras inocentes para intentar igualarse", explicó la psicóloga Miriam Mazover, directora del Centro Dos.

Ahora, según la experta, el hecho de que los padres repriman las mentiras de su hijo le impide a éste generar una marca que lo caracterice y le suele dejar un trauma que se dará a conocer en la adultez. "Comienza a operar un mecanismo en la mente que quedó enquistado en la infancia, sin elaborar. Así, la mentira repetitiva toma el lugar del recuerdo fallido y surge en forma inconsciente", agregó Mazover.

Trastornos de la conducta

Según Vidal, existen cuatro tipos de manifestación de la mentira: la hecha en forma esporádica (todos alguna vez mentimos), la evolutiva (de niño), la que se dice como producto de un padecimiento sintomático (para obtener atención gracias a la creación de un falso personaje) y la efectuada como conducta repetitiva. Esta es la mitomanía, en la que se vive para y por la mentira.

"El mitómano utiliza la mentira como conducta de vida, falseando la verdad respecto de hechos, cosas y personas con el objeto de hacer un daño", destacó Vidal, psiquiatra del Departamento de Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UBA.

Para Mazover, existen tres tipos de personalidad donde se asienta esa conducta obsesiva: la psicótica (producto de un delirio), la perversa (la mentira es un instrumento para falsear hechos y dichos) y la neurótica (el otro aparece como alguien que lo tiene todo y se necesita de la mentira para llamar su atención).

Según Mazover, la mentira compulsiva no es un motivo de consulta, pero sí subyace como un problema en el 35% de los pacientes tratados en el Centro Dos.

Cómo prevenir

Una forma de evitar que la mentira se transforme en una obsesión en la adultez es "no castigar a los chicos cuando dicen una mentira menor, ya que es propio de la imaginación infantil y forma parte de su maduración", explicó Vidal, para quien los padres deben explicar las diferencias entre fantasía y realidad.

Destacó, además, que el adulto que padece este trastorno en forma histriónica debe recurrir a terapia.

Pero para poder prevenir, es necesario detectar la conducta a tiempo. En este sentido, dos universidades estadounidenses difundieron en 2005 trabajos experimentales que sugieren que las mentiras podrían detectarse con un estudio de rutina. En uno, científicos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pennsylvania compararon imágenes obtenidas con resonancia magnética funcional del cerebro de sujetos cuando mentían y cuando decían la verdad. Según los resultados publicados en Nature, determinaron que las mentiras se pueden detectar con un 99% de precisión.

En el segundo estudio, expertos de la Universidad de California del Sur hallaron que el cerebro de los mentirosos compulsivos posee diferencias estructurales respecto de quienes dicen la verdad: en el lóbulo frontal tienen más sustancia blanca que materia gris.

Pero a pesar de que hay quienes aseguran que "todos los hombres nacen sinceros y mueren mentirosos", lo que acaba de leer es cierto... De verdad.

miércoles, 6 de abril de 2011

Desterrar el odio


Desterrar el odio
Por: ENRIQUE KRAUZE


A Javier Sicilia, que sólo conoce el amor. Amparada en el anonimato, la intolerancia política está muy presente en los correos electrónicos, los blogs y las redes sociales, tan prodigiosas por lo demás. Está en la política editorial de algunas publicaciones, en no pocos articulistas y en los comentarios a las noticias en línea. Ha estado siempre en el discurso de un sector de la derecha clerical y caracteriza también a una corriente radical de la izquierda. Está en los conciliábulos del Yunque y los marchistas de siempre. En tiempos recientes, la intolerancia ha descendido un escalón: se ha convertido en odio. 

Me atrevo a sostener que el odio no ha sido el motor principal en nuestros conflictos históricos. La Independencia no estalló debido al odio sino al resentimiento criollo, que es distinto. Si bien la Reforma tuvo en el inicio un elemento de odio por parte de la Iglesia, mientras la sangre no llegó al río, permaneció acotado a ese ámbito. Los liberales y los conservadores no se odiaban, pero un solo hecho de sangre (la matanza de Tacubaya, el 11 de abril de 1858) borró de la escena a los moderados y marcó el ascenso de los jacobinos. A raíz de esos hechos, los versos de Ignacio Ramírez destilarían odio e Ignacio Manuel Altamirano pediría la ejecución de los curas.

Porfirio Díaz fue objeto de recelo, rechazo, coraje, molestia, hartazgo, todo lo que se quiera pero no particularmente de odio. Aunque Huerta concitó el odio de muchos por derramar la sangre de un justo, a las fuerzas revolucionarias que disputaron el poder tras su caída no las movía el odio, ni siquiera la intolerancia, sino razones de toda índole, algunas elevadas, otras deleznables. A veces, se iban "a la bola" porque sí, o -como Demetrio, el personaje de Los de abajo- por motivos que él mismo ha olvidado.

No creo que el reinado del PRI se haya caracterizado por el odio. Fue siempre autoritario, pero no encuentro odio en él ni en sus opositores de izquierda, cuyos agravios eran, al fin y al cabo, terrenales y seculares. Entre la derecha cristera y sinarquista y el régimen revolucionario sí se reeditó, por momentos, el odio teológico del siglo XIX, como genialmente expresó López Velarde: Católicos de Pedro el Ermitaño / y jacobinos de la época terciaria. / (Y se odian los unos a los otros con buena fe).

"El odio no ha nacido en mí", declaró ominosamente Díaz Ordaz el 1 de septiembre, como señal clara del odio paranoico que lo llevaría a cometer el crimen de Tlatelolco. Ese hecho de sangre dejó una estela de profunda indignación que llevó a muchos jóvenes a la desesperación y al → Gobierno a la Guerra Sucia. Con todo, en las polémicas ideológicas de los ochenta y aun en el Neo zapatismo tampoco percibo odio. Los mexicanos -con todas nuestras diferencias- supimos enfrentar y sortear las sucesivas crisis sexenales con una tolerancia admirable y sin atisbos de odio.

Las cosas han cambiado mucho desde el año 2006. Hemos reincidido en los dos componentes históricos del odio: las querellas político-ideológicas (descendientes directas de las teológicas) y los ríos de sangre que han corrido y siguen corriendo por cuenta del crimen organizado. En el primer caso, el odio proviene directamente de la impugnación (injustificada, en mi opinión) que se hizo al resultado de aquellas elecciones. En el segundo, el odio proviene del rechazo a la actual política de seguridad. Ambos odios se dirigen contra el Gobierno pero también contra el vasto espectro que no comulga estrictamente con esas dos posiciones.

El odio es una pasión que daña y degrada sobre todo a quien lo siente. El odio es ciego, insondable, irracional, insaciable. Algo que compromete al alma entera. El odio es una forma extrema de la dependencia: vive fijo en su objeto. Por eso no crea, incendia. Y por eso importa desterrarlo de nuestra atmósfera moral. ¿Cómo?

En el caso del odio político-ideológico, la solución es extremadamente difícil, pero no imposible. Quienes lo ejercen (y padecen) tendrían que tender puentes de diálogo civilizado y respetuoso con quienes no piensan como ellos, con quienes no ven a México como un país dividido entre "puros" y "traidores". No bastan las abstractas declaraciones de amor. Tendrían que ponerlo en práctica con una propuesta de reconciliación nacional que llegue a las redes, a los blogs, a los sitios de Internet, a las páginas editoriales, a las mesas de redacción y a las conciencias.

Desterrar el odio generado por la violencia criminal es aún más difícil. Quienes impugnan la política de seguridad en su esencia (no sólo, como es mi caso, en su oportunidad y estrategia) han transferido hacia el Gobierno el repudio que debería dirigirse hacia los narcotraficantes (que son los verdaderos verdugos de esta historia). Ante la frustración, la impotencia, la tristeza que todos sentimos frente al poder del crimen sin rostro, muchos han buscado un responsable con rostro, un rostro a quién odiar, y lo encuentran en el Gobierno. Es comprensible, por cuanto el Gobierno debería ser el garante de la seguridad. Pero no es admisible diluir, relativizar u obviar la culpa originaria, la de los criminales.

Cegar en sus fuentes los ríos de sangre llevará mucho tiempo y una estrategia múltiple, complejísima y global. Pero aun en esa tarea, el odio (incluso hacia los criminales) es estéril. Toda nuestra atención debe centrarse en concebir ideas constructivas, inteligentes, novedosas para que en este país que alguna vez caracterizó la cortesía y la convivencia, el patriotismo y el amor (al terruño, a la Virgen, a la familia, a la bandera), se vuelva a respetar la vida humana.